Madre Paula nace en Vera (Almería) el 2 de febrero de 1849 en el seno de una familia humilde y trabajadora, días después es bautizada en la parroquia de Ntra. Sra. de la Encarnación donde recibe el nombre de “Francisca de Paula Gil Cano”.
Tal es la pobreza que envuelve a esta familia que, siendo muy pequeña, sus padres se ven obligados a llevarla, junto con uno de sus hermanos, a la Casa de la Misericordia de Cartagena, y, es precisamente aquí y gracias a las Hijas de la Caridad que regentan este establecimiento, donde Madre Paula “aprende” a servir y a ayudar a los demás, a orar; pero sobretodo aprende a amar a Jesús. Es humilde y toda su obsesión es seguir los pasos de sus grandes maestras y educadoras, por ello realiza los trabajos más humildes con alegría y, con el paso del tiempo, se convierte en una madre para sus compañeros más pequeños. Y es que, desde la cuna y guiada por Dios, Madre Paula parecía estar destinada a realizar grandes obras.
El 15 de octubre de 1879, día de Santa Teresa, la ciudad de Murcia amanece totalmente inundada; el desbordamiento del río Segura produce pérdidas irreparables y la hermosa huerta murciana se convierte en un inmenso y destructivo mar: alrededor de cinco mil viviendas quedaron destruidas y más de 800 personas desaparecieron. La repercusión de esta catástrofe es muy grande y las ayudas comienzan a llegar a esta zona desde todos los puntos de nuestra geografía y también del extranjero. La sociedad murciana reacciona y un grupo de damas coordinadas por las autoridades locales funda una Asociación de Señoras; su misión es la de canalizar y repartir todas las ayudas que llegan a la ciudad. Entre otras cosas, crean en las afueras de Murcia, en concreto en la calle Aguadores, un orfanato para acoger a los niños huérfanos.
El trabajo es agotador, faltan manos para atender a tantas criaturas desamparadas. Entonces se dirigen a la “Casa de la Misericordia” en Cartagena solicitando ayuda y colaboración. De entre las jóvenes que hay allí, Paula responde valiente y decidida, sabe cuál es la misión que debe ejercer en la Iglesia, Dios dirige su destino.
Su trabajo consistirá en acoger, alimentar, instruir y educar a los niños sin familia; varias jóvenes se unen a ella para seguir su estilo de vida. Así nacen las Hermanas de Caridad (Franciscanas de la Purísima Concepción).
Mujer de fe, trabajadora, alegre, dinámica y emprendedora, practica la caridad con grado heroico, atendiendo especialmente a los enfermos, sin importarle nunca su persona. Así lo demuestra cuando sin miramientos cuida a los enfermos de la epidemia del cólera morbo que se produce en Murcia en 1885 o con los afectados por las inundaciones del río Amarguillo en Consuegra (Toledo) 1891.
Las Hermanas Franciscanas extienden su acción apostólica por diversas provincias de España: Murcia, Ciudad Real, Jaén, Málaga, Alicante, Almería, Toledo y Madrid.
En todos estos lugares, se ejercitan en obras de misericordia atendiendo a la niñez abandonada, ancianos desamparados, enfermos, vagabundos y, en general, a toda clase de pobres y marginados.
El 14 de septiembre de 1903, el Papa San Pío X aprueba definitivamente la Congregación.
Después de llevar una vida entregada enteramente a Dios y al servicio de los pobres, practicando la caridad más pura y universal al estilo de Jesús de Nazaret, María y San Francisco de Asís, Madre Paula entrega su alma al Señor el 18 de enero de 1913 en la Casa Madre de Murcia, a los 63 años de edad y 33 de vida religiosa.
Su vida fue una historia de amor y se resume en estas palabras que nos dejó escritas: “Yo soy víctima de los pobres y no tengo otra cosa que ver en este mundo, los pobres son mis delicias”.
A sus seguidoras, les dejó la hermosa herencia de “servir a los pobres sin retribución alguna y socorrer a la infancia huérfana con la caridad al prójimo”.
Su causa de canonización se introdujo en el obispado de Cartagena el 14 de octubre de 1995 y en Roma el 25 de noviembre de 1997.